Fredy conducía el helicóptero, Jimmy ametrallaba a los hombrecitos amarillos que allá abajo, en la intrincada espesura, peleaban contra las tropas norteamericanas. Pero, de pronto, Freddy notó que algo anormal estaba pasando, y, horror, resultaba que Jimmy había hecho girar la ametralladora y disparaba las balas en una dirección incorrecta.
— ¡Ey, muchacho —gritó Freddy—, detente! ¡Maldición, detente! ¿Qué te pasa? ¿Estás loco, o te has pasado a los malditos comunistas?
Sin dejar su labor, Jimmy preguntó:
— ¿Cuál es el problema, muchacho?
—¡Cómo que cuál es el problema! ¡Fíjate en lo que haces! ¡Párale, mierda! ¡Estás ametrallando a los nuestros! ¡Míralos: Teddy, Johnny, Frank, Billy, Ralph, Buck, Mick, Mack, el teniente, el capitán, el sargento, todos caen, caen como moscas! ¡Pero párale ya, carajo!
Jimmy se volvió y su mirada era como de éxtasis:
—Calma, chico, calma. ¿Es que un pobre combatiente, un sencillo chico campesino de Oklahoma que se halla lejos del hogar dulce hogar, lejos de su mami y papi queridos, lejos de su adorada chica Daisie, no tiene ni el derecho de celebrar la navidad a su manera?
No hay comentarios:
Publicar un comentario