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viernes, 16 de septiembre de 2016

UN PUÑAL, UNA BALA, UNA FLECHA David Solana González (España, 1994)

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 David Solana González, cuento
Me llamo David Solana González, nací el 1 de septiembre de 1994. Actualmente estudio la carrera de Sociología, pero antes cursé dos años de Biología. Mis aficiones no difieren mucho de las de la media de mi edad. Me gusta invertir tiempo en mis amistades y salir de fiesta. Paso más tiempo del que debería delante del ordenador. Disfruto leyendo casi cualquier cosa, pero la ciencia ficción me gusta especialmente. Casi siempre que escribo lo hago en un estado de profunda melancolía y a modo de desahogo, haciendo referencia a algún momento de mi vida. Aspiro a poder ir teniendo momentos de inspiración con otros estados de ánimo, para poder escribir más a menudo. A largo plazo me gustaría poder escribir mi propio libro, ya sea una novela o una recopilación de relatos cortos, pero eso es algo que aún veo muy distante.
UN PUÑAL, UNA BALA, UNA FLECHA
David Solana González (España, 1994)
Te convencen, convences a tu mejor amigo, pagas una pequeña fortuna, irás a la fiesta.
Te pasas algo más de diez días pensando en esa noche, imaginándote su cuerpo vistiendo mil prendas diferentes, todas maravillosas.
Llega el esperado día, te despiertas muy nervioso, te pasas la jornada deambulando de aquí para allá, con el corazón acelerado, muerto de miedo.
Llega el momento de arreglarse. Te duchas, te lavas el pelo dos veces para tenerlo lo más suave posible, limpias cada parte de tu cuerpo como pocas veces lo has hecho. Te secas, te afeitas con esmero y dedicación mientras recuerdas cómo ella, una vez, de paso, te dijo que estabas más guapo sin barba. Te pones tu ropa interior más cómoda. Te enfundas en tu traje lo más cuidadosamente posible evitando la aparición de arrugas indeseadas. En la corbata te haces un nudo Windsor en vez del simple, sabes que nadie lo notará pero te da seguridad y confianza en ti mismo. Te arreglas el pelo echándote un poco de fijador y limpias perfectamente tus zapatos embadurnándolos de betún negro. Te miras al espejo mil veces escudriñando y buscando posibles fallos. El tiempo se acaba. Te marchas a casa de tu tía.
Cenas, ríes, la noche promete ser perfecta. Termina un año, empieza otro. Lo celebras brevemente con la familia y te marchas. Recoges a tu mejor amigo. Dejas a tu hermana en su fiesta. Llegas. Agradeces a tu padre su labor de taxista y te despides.
La ves, te sonríe.
Te acercas y saludas. Te presentas ante algunos de sus amigos y presentas al tuyo. Entras al local y dejas que ella espere a sus compañeros rezagados.
Dejas el abrigo, te acercas a la barra y pides una copa. Piensas en lo guapa que está mientras charlas alegremente con tu compañero.
Pasa el rato, se acerca a ti con su mejor amiga. Habláis un rato los cuatro. No te atreves a mirar sus ojos, te intimidan. Se marchan a bailar con sus amigos. Tú la vigilas en la distancia, observando cómo se mueve al compás de la música. Te das la vuelta e incitas a tu fiel acompañante a que beba un poco. Te vuelves a girar, pero ya no distingues su silueta entre las demás.
Y ocurre, te das cuenta de que no la podías ver porque otro cuerpo la protege y abraza, mientras ella, sonriente, le besa.
En ese momento, tú, casi en la esquina opuesta del local, sientes cómo tres heridas se abren simultáneamente en tu cuerpo.
Una puñalada en la espalda, en la columna vertebral, fragmenta tu sistema nervioso y evita que puedas moverte. Una bala en la cabeza se aloja en tu cerebro y evita que puedas pensar en nada más. Una flecha en el pecho, que hace que te desangres poco a poco mientras observas el espectáculo.
Llamas a su inseparable, que está cerca de ti. Se lo cuentas y te mira incrédula. Se marcha a comprobar lo que le has dicho. Vuelve a intentar consolarte a la par que tu colega. Estás rígido, te sientes hundido, necesitas respirar aire fresco. Sales del edificio y vomitas, no por la bebida, ya que ni siquiera vas ebrio, sino de la angustia.
Vuelves a entrar, vuelves a salir, estás nervioso. Te fijas en que ella ya ha notado su error, no vuelve a cruzarse contigo en toda la noche, no vuelve a hablarte, no vuelve a mirarte.
Ni la mejor compañía que pudieras desear tener, tu mejor amigo, logra arrancarte esa visión de la cabeza. Sólo quieres marcharte.
Se acerca la hora de cierre. Recoges tu abrigo y sales. A la izquierda está ella con una legión de amistades. Tú te marchas a la derecha, acompañado de la tuya.
Camináis en la niebla. Parece que la noche se ha vestido para la ocasión. Esperáis y esperáis hasta que llega tu padre a recogeros. Intentas disimular tu estado de ánimo. Dejas a tu amigo en su casa. Llegas a la tuya.
Subes a tu habitación. Arrojas con violencia a la mesa el traje que hace unas horas te habías puesto con delicadeza. Vas al baño. Te miras al espejo durante varios minutos, preguntándole a tu reflejo cuál ha sido tu error, qué fue lo que no vio ella y muchas otras en ti que sí vieron en otros. Desistes. Vuelves a tu cuarto. Te sientas en la cama en la más absoluta oscuridad. Rememoras lo ocurrido a lo largo de toda la noche para grabarlo en la memoria.
Te acuestas, y en el momento en que las lágrimas acuden a la llamada de tus pensamientos, cierras los ojos.
Comentario
Acabo de recibir este relato, precedido de una breve nota biográfica de su autor. Lo he leído despacio una y otra vez, me ha gustado y he decidido que sea este texto de una voz joven y desconocida el que reinicie la sección de Cuentos breves recomendados, tras un largo paréntesis de silencio y descanso.
Es un texto fresco de un muchacho joven que expresa con sinceridad y acierto una breve historia personal de amor y dolor. Es convincente, muy directo y conciso, porque no hay desvío, ni interferencias, porque no sobra ni falta nada, porque está contando sucesos reales sin pinta de ficción. La presentación o preparación, el encuentro, la dolorosa decepción y los dos finales –en la fiesta y en su dormitorio– están perfectamente medidos e integrados.
Es un acierto la adopción de la segunda persona como forma narrativa que en este caso da al relato una fuerza más lograda que la primera y no digamos la tercera persona. Se impone el ritmo rápido adoptado en todo el relato, especialmente en el párrafo en que describe la preparación personal para la fiesta con abundancia de verbos de acción separados por comas y con la misma forma, pero en clara contraposición anímica, en los dos párrafos finales.
En todo el texto, si exceptuamos la frase “Parece que la noche se ha vestido para la ocasión”, solamente resplandece con fuerza el lenguaje figurado de las tres metáforas para expresar el profundo impacto de la herida amorosa: la puñalada en la espalda, la bala en la cabeza y la flecha en el pecho, que dan pie al título.
El amor es el principal sentimiento del hombre al que va unido con mucha frecuencia el dolor por su fracaso. Es un tema que recorre en novelas, relatos y poemas toda la literatura universal. Es algo cotidiano, de antes, de ahora y de mañana, y así también le sucede y lo siente y padece David, un muchacho de nuestros días. Pero lo importante es que lo expresa tan bien literariamente que a nosotros, sus lectores de este ya avanzado siglo XXI, nos toca e impresiona y lo hacemos nuestro, como en su momento nos tocaron, impresionaron e hicimos nuestros los versos más tristes de la noche nerudiana.
Miguel Díez R.

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