Cuento de Pablo Lorente Muñoz: La tradición
Le costó varios días, pero al final lo comprendió.
Prepararla le llevó toda la tarde y gran parte de la noche. Luego prendió fuego a la pira.
Varios años antes, los cadáveres que en ese momento ardían ese día en la hoguera, entraron en su poblado a sangre, fuego y pólvora. Primero mataron a todos los hombres; conforme los iban masacrando, muy en el fondo de su corazón, se aliviaron porque no les amputaban las extremidades caprichosamente.
Luego mataron a las mujeres más mayores y violaron a las más jóvenes; las mujeres brutalmente violadas, muy en el fondo de su corazón, sintieron alivio al saber que las más mayores no habían tenido que soportar aquello.
Cuando saciaron su hambre mitológica, a él y a los demás niños, para los que no había consuelo, esperanza, ni razón en el fondo de ningún corazón, les cortaron una oreja al azar y los molieron a palos durante días.
Cuando los muchachos se pudieron mover, se los llevaron a otro lugar, les dieron un AK-47 con muchas drogas y muchas balas y los modelaron a su imagen y semejanza. Poco después, los muchachos que superaban las pruebas, el hambre y las peleas constantes, comenzaron a hacer lo mismo que ellos habían sufrido en otros poblados cada vez más lejanos. Sin embargo, por muy lejos que fueran, las escenas siempre eran las mismas y las lágrimas tenían siempre la misma forma.
Hasta aquel día.
Alumbrado por la pira, abrió su macuto y comprobó que su gran tesoro seguía en el mismo sitio: un libro con un mapa dentro, a eso se resumía su vida.
Extendió el mapa e intentó orientarse gracias a las estrellas; hacia el norte, siempre hacia el norte. Luego, como hacía todos los días desde que había salvado de las llamas aquel diccionario en una escuela remota de una lejana aldea, lo abrió al azar.
¿Cuántas palabras le quedarían por aprender? Había tantas…
Después de leer un rato, lo cerró con mimo y se preparó para la marcha. Arrojó el fusil al fuego y cogió una pistola y algo de munición. Luego, abriéndose paso por un mar de casquillos esparcidos por el suelo, fue abriendo las mochilas desperdigas por la refriega, cogió un par de cantimploras, algo para comer y alguna ropa. El camino hasta el norte sería largo, pero no le importaba.
Nada le importaba desde que, por fin, lo entendió. La primera vez que abrió el diccionario leyó la palabra “libertad”. Le costó varios días entender su significado, pero al final lo comprendió.
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