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Cuento de Margarita Schultz: El poder de la música. Historia de un insólito auditor
Comenzó al segundo día de mi estada de vacaciones. Todo el entorno confirmaba mi buena elección del lugar y la fecha: naturaleza, ausencia de turistas, silencio, inmensos cielos. Salí a caminar temprano en la mañana; deambulaba también con el pensamiento. De pronto escuché a mis espaldas un ladrido agresivo. Giré un poco la cabeza y vi un perro no muy grande, buena pinta, de pelaje blanco con zonas de color tostado, bastante limpio para andar por la calle, solo y sin collar de pertenencia.
Su mirada no era amigable. Mi pantorrilla tembló un poco, pero sé que no hay que manifestar miedo en esos casos. Seguí avanzando por la calle de arena escoltada por ese ladrido infame que interrumpía el silencio ambiente.
A las pocas cuadras se volvió y recobré el placer de la caminata.
Todo ello se repitió al día siguiente. Era el único perro de la comarca que actuaba de ese modo. El tercer día resolví buscar un modo de parar los ladridos. Comencé a hablarle con buen tono, amable, sin mirarlo. Pero fue inútil.
Entonces, por alguna mágica inspiración cuyo origen no puedo detallar, comencé a cantar en voz alta. Era el tango Sur. Y la magia obró. El perro me seguía pero ahora estaba silencioso. Sabía en mi andar que él iba detrás de mí, lo sabía aun sin mirarlo.
En la siguiente mañana volvió a operarse el milagro. Ladridos, canto, silencio. No supe y no lo sabré, si me ladraba pidiendo música o la música lo sosegaba. Es posible que hayan sido ambas cosas.
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