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domingo, 24 de julio de 2016

Cuento de Abel Espil: Cabo Polonio

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Cuento cortoCuento corto
Las sombras empañan sus ojos, el hombre sueña el aleph. En Ariel, todo está recuperado. Es un ser  devenido al todo, lo real  y lo soñado. Es el ayer y lo que tendrá que esperar que llegue.
En la playa La Mansa, la mujer en la noche camina, bebe el vino sentada en la arena, evoca la musicalidad ausente de las olas, un poema olvidado en las sábanas de un cuarto. Despierta de noche. El aire frío de Cabo Polonio le anuncia la llegada del invierno. Es cuando ella se va. Es cuando lo perdido se pierde aún más.
Ariel no encuentra la ropa de Silce. Terminó el verano. La soledad comienza a abrazarlo, y se entrega. No tiene nada, ni a nadie. Desde la planta alta de la Iglesia Luterana –cuando era niño– podía descubrir las terrazas sucias y limpias, el amor del amigo vecinito con la muchacha de turno en los atardeceres de marzo, los barriletes del Barrio Saavedra flamear sus colas de telas de distintos colores.
No conociendo su imaginación, pensó en el vacío incorporado a su vida. Presumió  haber descubierto  las mentiras y verdades de las paredes con frases vestidas de grafitis, las marchas de hombres con sed y hambre de justicia, el mejor alumno del colegio, bandera en mano sin sangre y con muchos soles, el final de los aplausos a cambio del morir en un escenario.
Silce le reveló la vida. No era el aleph.
Todo había sido el juego de lo terrenal.  Silce en sus caminatas nocturnas, desnuda al borde del mar. El amor en la arena húmeda, las sonrisas de ambos esperando al sol ocultarse.
Cabalga toda la noche, deteniéndose en el pasillo de entrada, por donde se había ido ella. Espera  a una ausente, que sabe que no vuelve, ni volverá. No lo puede asumir.
Regresa, agotando al animal. Él transpirado, sin bañarse, sin secarse, toma de una pequeña biblioteca la Biblia. Enciende nuevas velas, está oscureciendo. Busca nervioso el libro del  Eclesiastés. Lee en voz alta, lo vuelve a leer y se percata de que no es el tiempo lo que busca.
Lo cierra, aprieta sus ojos, como creyendo que el pasado o el presente vuelven. No sucede nada. Nada sucede. Nada de nada.
Regresa a la playa La Mansa de Atlántida. 
Dormita sobre las arenas. Prende un cigarrillo, levanta su mirada al cielo. 
Unidas a la línea del horizonte descubre a las Tres Marías. Unidas.
Ariel y Silce abandonan el protagonismo… y las sombras aún continúan empañando el ojillo del aleph.

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