Serafín Estébanez Calderón (1799-1867) fue un escritor, poeta, ensayista, periodista y político malagueño de mitad del siglo XIX. Sus biógrafos apuntan a que ha sido injustamente olvidado, quizás debido a su exacerbado folklorismo y su pasión por la política y la cuestión social. Sin embargo, está siendo reivindicado como una de las cumbres de la literatura costumbrista española. Es autor de una tupida gama de temas entre los que destacan la tauromaquia, el arabismo, la historia de los pueblos andaluces, y sus gentes, y el flamenco. La fundación José Manuel Lara de Sevilla ha editado parte de su obra bajo el título de Escenas andaluzas. El gran compendio es del año 2006.
El siguiente relato es uno de los mejor logrados por Estébanez. Narra una historia entre cómica y enrevesada donde dos guapos se baten caballerosamente a puñal por los favores de una linda hembra. El discurso de estos personajes –Pulpete y Balbeja, además de la Gorgoja– está repleto de expresiones y giros lingüísticos de la época (1831-1847). Para este periodista ha sido necesario buscar un buen diccionario de expresiones andaluzas, para entender a cabalidad dicho modo de hablar. Se incluye el glosario respectivo.
Ernesto Bustos Garrido
Cuento de Serafín Estébanez Calderón: Pulpete y Balbeja: un duelo de guapos
Por el ámbito de la plazuela de Santa Ana 17, enderezándose a cierta ermita de lo caro 18, caminaban en paso mesurado dos hombres que en su traza bien manifestaban el suelo que les dio el ser. El que medía el ándito19 de la calle, más alto que el otro, como medio geme20, calaba al desgaire ancho chambergo21 ecijano con jerbilla22 de abalorios, prendida en listón tan negro como sus pecados; la capa la llevaba recogida bajo el siniestro brazo; el derecho, campeando por cima de un embozo turquí, mostraba la zamarra de merinos nonatos con charnelas de argentería.
El zapato vaquerizo, las botas blancas de botonería turquesca, el calzón pardomonte, despuntando en rojo por bajo la capa y pasando la rodilla, y sobre todo la traza membruda y de jayán23, el pelo encrespado y negro, y el ojo de ascua ardiente, pregonaba a tiro de ballesta que todo aquel conjunto era de los que rematan un caballo con las rodillas, y rinden un toro con la pica. En dimes y diretes iba con el compañero, que era más menguado que pródigo de persona, pero suelto y desembarazado a maravilla. Este tal calzaba zapato escarpín, los cenojiles24 sujetaban la media a un calzón pana azul, el justillo era caña, el ceñidor escarolado y en la chaqueta carmelita los hombrillos airosos, con sendos golpes de botones en las mangas. El capote abierto, el sombrero derribado a la oreja, pisando corto y pulidamente, y manifestando en todos sus miembros y movimientos ligereza y elasticidad átoda prueba, daba a entender abiertamente que en campo raso y con un retal carmesí en la mano, bien se burlaría del más rabioso jarameño o del mejor encornado de Utrera25.
Yo que me fino y desparezco por gente de tal laya, aunque maldigan los Pares y los Lores26, íbame paso pasito tras sus dos mercedes, y sin más poder en mí, éntreme con ellos en la misma taberna o ya figón, puesto que allí se dan ciertos llamativos 27 más que el vino, y yo , cual ven los lectores, gusto llamar las cosas por sus nombres castizos. Me entré y acomódeme en punto y manera de no interrumpir a Oliveros y Roldan28, ni que parasen la atención en mí, cuando vi que, así que se creyeron solos, se pasaron los brazos, en ademán amigable, por derredor del cuello, y así principiaron su plática:
–Púlpete (dijo el más alto): ya que vamos a brincar frontero el uno del otro con el alfiler en la mano, de aquí te apunto y allí te doy , de guárdate y no le des, de triz (traz, tómala , llévala y cuéntala como quieras, vamos antes a nos echar una gotera29 a son y compás de unos cantares.
–Seor Balbeja (respondió Púlpete, sacando al soslayo la cara y escupiendo con el mayor aseo y pulcritud, en derecho de su zapato): no seré yo el que por la Gorja30 ni otra mundanidad semejante, ni porque me envainen una lengua de acero, ni me aportillen el garguero, ni pequeñeces tales , me amostace yo ni me enoje con amigo tal como Balbeja. Venga vino, y cantemos luego, y súpito sanguino aquí mismo démonos cuatro viajes.
Trajeron recado31, apuntaron los vasos, y, mirándose el uno al otro, cantaron a par de voces aquello de caminito de Sevilla y por la tonada de los panes calientes.
Esto hecho, se desnudaron de las capas con donoso desenfado y desenvainaron para pinjarse 32 cada cual , el uno un flamenco 33 de tercia y media, con cabo de blanco, y el otro un guadifeño 34 de virola y golpetillo 35, ambos hierros relucientes que quitaban la vista, y agudos y afilados para batir cataratas cuanto y más para catar panzoquis y bandullos36. Ya habían hendido el aire dos o más veces con las tales lancetas, revueltas las capas al siniestro brazo, encogiéndose, hurtándose, recreciéndose y saltando, cuando Pulpete alzó bandera de parlamento y dijo:
–Balbeja, amigo , sólo te pido la gracia de que no me abaniques la cara con Juilón37 tu cuchillo, pues de una dentellada me la parará tal que no me conociera la madre que me parió, y no quisiera pasar por feo, ni tampoco es conciencia descomponer y desbaratar lo que Dios crió a su semejanza.
–Concedido (respondió Balbeja): asestaré más bajo.
–Salva, salva los ventrículos también, que siempre fui amigo del aseo y la limpieza, y no quisiera verme manchado de mala manera, si el cuchillo y tu brazo me trasegasen los hígados y el tripotaje.
–Tiraré más alto, pero andemos.
–Cuidado con el pecho, que padezco de cansancio.
–Y dígame, hermano: ¿por dónde quiere que haga la visita o cahcata?
–Mi buen Balbeja, siempre hay demasiado tiempo y persona para desvencijar a un hombre: aquí sobre el muñón siniestro tengo un callo donde puede hacer cecina a todo su sabor.
–Allá voy –dijo Balbeja: y lanzóse como una saeta: reparóse el otro con la capa, y ambos a dos, a fuer de gallardos pendolistas, comenzaron de nuevo a trazar SS y firmas en el aire con lazos y rúbricas, sin despuntar empero pizca de pellejo.
No sé en qué hubiera venido a dar tal escarceo, puesto que mi persona revejida, seca y avellanada38 no es propia para hacer punto y coma entre dos combatientes; y que el montañés 39 de la casa se cuidaba tan poco de lo que sucedía, que la algazara de los saltos combatientes y el alboroto de las sillas y trebejos que rebullían, los tapaba con el rasgado de un pasacalle que tañía en la vihuela con toda la potencia del brazo. Por lo demás, estaba tan pacífico como si hospedase dos ángeles y no dos diablos incarnados.
No sé, repito, dónde llegara tal escena, cuando se entró por el umbral de la puerta una persona que vino a tomar parte en el desenlace del drama. Entró, digo, una mujer de veinte a veinte y dos años, reducida de persona, pero sobrada en desenfado y viveza. El calzado limpio y pulido, la saya corta, negra y con caireles, la cintura anillada, y la toca o mantellina de tafetán afranjado, recogida por bajo del cuello y un cabo de ella pasado por sobre el hombro. Pasó ante mis ojos titubeando las caderas, los brazos en asas en el cuadril, blandiendo la cabeza y mirando a todas partes.
A su vista el montañés soltó el instrumento, yo me sobrecogí de tal bullir cual no lo sentía de treinta años acá (pues al fin soy de carne y hueso), y ella, sin hacer alto en tales estafermos, prosiguió hasta llegar al campo de batalla. Allí fué buena: D. Púlpete y D. Balbeja, viendo aparecer a Doña Gorja, primer capítulo del disturbio, y premio futuro del triunfante, aumentaron los añascos, los brinquillos, los corcovos, los hurtadillos, las agachadillas y los gigantones, pero sin tocarse en un pelo. La Gorgoja Elena 40 presenció en silencio por larga pieza aquella historia con aquel placer femenil que las hijas de Eva gustan en trances semejantes. Tanto a tanto fué oscureciendo el gracioso sobrecejo, hasta que, sacándose de la linda oreja, no un zarzillo ni arracada, sino un trozo de cigarro de corachín 41 negro, lo arrojó en mitad de los justadores. Ni el bastón de Carlos V, en el postrer duelo de España, produjo tan favorables efectos 42. Uno y otro, como quien dice Bernardo y Ferraguto 43, hicieron afuera con formal respeto, y cada cual, por la descomposición en que se hallaba en persona y vestido, presumía presentar títulos con que recomendarse a la de los caireles. Esta, como pensativa, estuvo dándose cuenta en sus adentros de aquel pasaje, y luego con resolución firme y segura dijo así:
–¿Y este fregado es por mí?
–¿Y por quién había de ser? porque yo…. porque nadie…. porque ninguno…. –respondieron a un tiempo.
–Escuchedes, caballeros (dijo ella). Por hembras tales cuales yo y mis pedazos, de mis prendas y descendencia, hija de Gatusa, sobrina de la Méndez y nieta de la Astrosa, sepan que ni éstos son tratos, ni contratos, ni cosas que van y vienen, ni nada de ello vale un pitoche 45. Cuando hombres se citan en riña, ande el endelgue y corra la colorada, y no haber tenido aquí a la hija de mi madre, sin darle el placer de hacer un floreo en la cara del otro. Si por mí metían pelea, pues nada de ello fué verdad; hanse engañado de entero a entero, que no de medio a mitad. A ninguno de vos quiero. Mingalarios, el de Zafra, me habla al ánima, y él y yo os miramos con desprecio y sobreojo: adiós, blandengues, y si queréis, pedid cuenta a mi D. Cuyo46.
Dijo; escupió, mató la salivilla con el piso del zapato, encarándose a Púlpete y Balbeja, y salió con las mismas alharacas que entró. La Magdalena la guíe….
Los dos ternes legítimos y sin mancha siguieron con los ojos a aquella Doña María la Brava 47, la valerosa Gorja: después, en ademán baladí, pasaron los hierros por el brazo como limpiándoles de la sangre que pudieran haber tenido; a compás los envainaron, y se dijeron a un tiempo:
–Por mujeres se perdió el mundo, por mujeres se perdió España; pero no se diga nunca, ni romances canten, ni ciegos pregonen, ni se escuche por plazas y mataderos que dos valientes se maten por tal y tal. Déme ese puño, D. Pulpete: venga esa mano, D. Balbeja –dijeron, y saltaron en la calle lo más amigos del mundo, quedando yo espantado de tanta bizarría.
*** Notas del texto, incluidas solo en la edición propalada por la Fundación Manuel López Lara del año 2006, Sevilla, España, bajo el título de “Escenas andaluzas”. Desde esta edición se extrajo el relato. Ernesto Bustos Garrido
17 A. Cánovas, I, p.150 sitúa la escena en la plaza de Santa Ana de Madrid, aunque todo en ella indica que se trata de la plazuela de Santa Ana de Triana.
18 Ermita de lo caro: taberna o garito donde los vulgares y bebedores toman vino puro y bueno. (Aut.). La asimilación satírica entre garito y ermita se da en el Diablo Cojuelo de Vélez y Guevara (tranco IX).
19: Andito: Acera.
20 Jeme (también geme): Es la distancia que hay desde la extremidad del dedo pulgar a la del dedo índice, y que sirve de medida.
21 Chambergo: adj que se aplica al sombrero redondo y sin picos. Llámase así por ser parecido al sombrero que usaban los soldados de la chamberga (DRAE, 1780)
22 Jervilla: género o tipo de calzado que cubre el pie y parte de la pierna (DRAE, 1884)
23 Jayán: gigante. En Germania se refiere a un rufián.
24 Cenojil; La liga con que se atan las medias (DRAE 1832)
25 Todo el párrafo representa la disposición de los personajes para, picando uno y toreando el otro, para burlar a un toro. El paisaje es un ejemplo de creación de tipos modelados sobre arquetipos cervantinos como la imagen de los dos pícaros que se van por los campos de Alcudia camino de Sevilla, en Rinconete y Cortadillo, o la de los dos mozos de mulas andaluces que Carriazo encontró a la entrada dde la villa de Illescas en la Ilustre fregona.
26 Los doce pares forman la legendaria orden de caballería de Carlomagno a la que pertenecían Roldán, Oliveros y otros personajes de la canción de gesta francesa llamados así (Quijote. I, 49) por ser iguales en valor y en valentía; los lores ostentan cargos hereditarios de la Alta Cámara del parlamento británico.
27 Llamativo: comestible salado y picante que acompaña a la bebida (Aut.)
28 Protagonistas de la Chanson de Roland. Esténabez utiliza personajes épicos para dar por contraste un sentido paródico a sus tipos. Así se explican los dos últimos versos del soneto cervantino Al Túmulo, levantado en Sevilla a las exequias de Felipe II, que sirven de lema; aunque la alusión procede más directamente del sainete El Soldado Fanfarrón (I, 172-175) de González ddel Castillo, de notable influencia en toda la escena.
29 Echar una gotera: Tomar un trago de vino. En Germania, ganancia pequeña en el juego.
30 En la versión de El Album Pintoresco Universal. Gorgoja (p.76).
31 Recada: la diaria provisión que se trae de la plaza o tiendas de comer (Aut).
32 Pinjar: colgar.
33 Flamenco: cuchillo, Con esta acepción aparece en El soldado fanfarrón (I, 494) de González ddel Castillo.
34 Guadijeña: cuchillo de un geme de largo y cuatro dedos de ancho, con punta y corte por un lado. Tiene mango proporcionado al puño, con una horquilla de hierro para afianzarse al dedo pulgar (DRAE, 1817).
35 Virola y golpetillo: Son adornos metálicos que llevan las navajas. La expresión la empleará J. Varela en un relato breve (El maestro Raimundico, II) donde en un contexto similar se enfretan, por la dama Marcela Gutiérrez, Raimundico y Curro el guapo, quien lleva una navaja de virola y golpetillo.
36 Panzoquis y bandullos: vientre o cojunto de tripas.
37 Los personajes de la épica solían poner nombre propio a sus atributos ya que éstos eran parte de su personalidad. Así la espada de Oliveros se llama Altaclara; la de Roldán, Durandate; y lasdel Cid, Tizón y Colada.
38 Un recurso común en los costumbristas era el de adoptar la perspectiva del narrador viejo y experimentado (cf. J.F. Montesinos, Costumbrismo y novela. Ensayo sobre el redescubrimiento de la realidad española, Madrid, Castalia, 1972, p. 24). Un autorretrato similar, en el que se nota la influencia cervantina, había aparecido poco antes en un artículo de las Cartas Españolas, I (26 de marzo de 1831) en la imagen de una persona larga, seca y encanutada, de más de 60 navidades. (S. Estébanez Calderón, Frontis en el papel, en Obras completas, II p. 472)
39 Se llama así a los cántabros que emigraban a Andalucía, donde tradicionalmente desempeñaban el oficio de taberneros. Montañez es el tabernero de El Soldado fanfarrón (III, 1). No montañez pero sí asturiana es la ventera Marotornes (Quijote , I 16). Montañez se llamará el ventero en La Diligencia de Carmona, de Fernando de Villalón, donde aparece el citado verso popular Caminito de Sevilla (Romance del ochocientos, 1927, 3, 22),
40 Nueva referencia paródica, ahora a la epopeya clásica, al comparar al personajillo castizo, cuyo nombre significa muy chica, con Helena de Esparta, desencadente de la Guerra de Troya al ser motivo de la afrenta dde Pris a Menelao. La ironía no parece limitarse a la cuestión épica; también el tema del honor recibe tratamiento cómico y en este caso podríamos reconocer este lance como uno de los tantos que pueblan las novelas de caballerías (Scarano. 149).
41 Corachín: coracha pequeña, esto es, saco de cuero que sirve para conducir tabaco, cacao y otros géneros de América (DRAE, 1817).
42 En la misma línea que la anterior alusión a El postrer duelo de España, de Calderón, podría acentuar la parodia del tema del duelo de honor.
43 En el contexto épico mediaval de las luchas entre cristianos y sarracenos, el gigante Ferragut mantuvo una larga y dura lucha con Roldán, quien le venció en tierras españolas (Codex calixtinus, IV, 17). Bernardo del Carpio fue vencedor de Roldán en Roncesvalles, en los romances españoles de tema carolingio. La alusión a personajes de la canción de gesta mediaval francesa sigue reforzando el carácter antiépico y bravucón de ambas figuras.
44 Estébanez emparenta a la Gorgoja con la estirpe o gurullada de La Méndez quevedesca. (Carta de Escamarrán a la Méndez), ubicándola en el mundo germanesco y de jácara.
45 Pitoche: locución coloquial que equivale a ddecir “me importa un pito”
46 Cuyo: Tomado como sustantivo vale el galán o amante de alguna mujer. Usase, regularmente en el estilo familiar y festivo (Aut.) También el susodicho o la susodicha.
47 Uno de los episodios más famosos de las luchas entre los partidarios de don Alvaro de Luna y de los infantes de Aragón fue el protagonizado por Doña María Rodríguez de Monroy, luego llamada doña María la Brava, quien en venganza por la muerte de sus hijos, los hermanos Enríquez, a manos de los hermanos Manzano, mandó matar a éstos, y dejó sus cabezas cortadas sobre las tumbas de áquellos. Basándose en los anales salmantinos, J. Meléndez Valdés esbozó un proyecto de drama histórico, Fragmento del drama Doña María la Brava (Obras completas, Madrid, Cátedra, 2004). También Eduardo Marquina llevó al teatro Doña María la Brava (1909).
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