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viernes, 29 de julio de 2016

Cuento corto de Vicente Rodríguez Lázaro: El poeta de la sangre

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cuento corto, Ciudad Juárez
En Ciudad Juárez, por desgracia, existe un espectáculo macabro que desde hace bastantes años se produce en sus avenidas principales en los momentos de mayor tráfico. De vez en cuando, además con frecuencia, alguien suelta unos “paquetes” horribles sobre las calzadas: Cadáveres ensangrentados, los cuerpos mutilados de las numerosas víctimas de los ajustes de cuentas del narcotráfico y de la violencia desplegada sobre una ciudad ahora maldita, cientos de mujeres desaparecidas, asesinadas y enterradas en el desierto cercano. Como si los dictadores del crimen quisieran recordar de manera constante a la ciudad su hegemonía impuesta a golpe de cuchillo, pistola o metralleta.
Un grupo de poetas, cada vez más numeroso, organizaba recitales abiertos en las plazas. Sus versos intentaban denunciar y mitigar el horror de tanta sangre injustamente derramada. Uno de ellos, Artemio Osuna, moreno, achaparrado y corajudo, cercano a la treintena, era posiblemente el más osado. Cada vez que se lanzaban restos humanos en las calles, el joven vate componía una pieza y llenaba la avenida correspondiente de octavillas, copias de la misma que adhería a los troncos de los árboles, colocaba en los parabrisas de los automóviles o los lanzaba sobre la calzada. Sus actuaciones eran tan frecuentes como cadáveres aparecían.
Transcurrieron varios meses en los que Artemio había divulgado un buen número de poemas entre los juarenses con una buena acogida por parte de los transeúntes. Tal fama adquirió que algunas de sus obras llegaron a las manos y al conocimiento de varios capos de la droga. Uno de ellos, bastante indignado con estas acciones, envió a varios de sus hombres para secuestrarlo y hacerlo desaparecer. Aprovechando sus repartos, en una de las vías principales detuvieron el coche junto a él, bajaron del mismo, le golpearon con saña y le introdujeron en el vehículo. Durante aquella noche, en un descampado cercano, le torturaron, asesinaron y descuartizaron con más crueldad incluso que con otras víctimas.
Se había sobrepasado ya el mediodía cuando en mitad de la avenida más concurrida, los hampones decidieron desparramar los restos de Artemio a modo de escarmiento hacia aquellos que osaran enfrentarse a los magnates del narcotráfico. Lanzaron sus manos  a la calzada y antes de tocar el asfalto se transformaron en cientos de cuartillas que se elevaron y se dispersaron por encima de la ciudad cayendo sobre la gente que transitaba despreocupada. Muchos fueron los que las recogieron y leyeron los poemas escritos en ellas. Idéntico fenómeno aconteció con las restantes partes del cuerpo, de tal manera que una inmensa nube de papel cubrió la castigada urbe y la llenó de versos que acusaban de manera directa a los asesinos del poeta, lo que contribuyó a su acoso y posterior detención un tiempo después.
Desde este suceso extraordinario, hace ya varios años, cada cinco de septiembre, se reproduce el fenómeno en las calles, plazas y avenidas de Ciudad Juárez y se recuerda con fervor a Artemio Osuna, llamado por sus habitantes “el poeta de la sangre”.
Lo que nadie sabía en la ciudad fronteriza era que el desierto cercano, harto de tanta ignominia cometida dentro de sus límites, había decidido desplegar la magia encerrada en sus leyendas e historias provocando aquel suceso extraordinario en contraposición al mal desatado entre sus páramos ya que la mayoría de los ciudadanos parecían maniatados frente a la adversidad creciente, al menos el entorno natural comenzaba a despertar e intentaba hacer reaccionar a la comunidad aún enjaulada en el miedo y en la impotencia, valorando y ensalzando así a ese valiente grupo de rapsodas que luchaba con sus palabras benefactoras frente a las continuas agresiones de los corruptos.

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