Os presentamos aquí un adelanto del nuevo libro de Pedro Menchén, que próximamente publicará Sapere Aude, tituladoLa felicidad no espera. Es el diario de un viaje al norte de España, realizado en 1984, a bordo de un Seat 850 (el coche que sustituiría al 600 en la década de los setenta), en compañía de dos tipos a cual más pintoresco: un ex marinero que sólo pretende emborracharse en los escenarios de su adolescencia y un exiliado uruguayo que intenta escapar de su turbio pasado. Como Menchén cuenta en el prólogo, cuando realizó este viaje, todavía no había escrito ni publicado ningún libro, a pesar de lo cual ya se consideraba a sí mismo escritor. El presente texto está extraído de un cuaderno de campo donde el autor fue anotando las incidencias del viaje.
LA FELICIDAD NO ESPERA
(Diario de un viaje al norte de España, 1984)
Por Pedro Menchén
Navas de San Antonio, Segovia, 19 de febrero de 1984 (domingo).
Después de desayunar y charlar un rato con Carmen, vamos al redil a despedirnos de su marido. A continuación pasamos por casa de Vicentín y nos invita a tomar el aperitivo. Volvemos a la casa de su madre. La señora Carmen me muestra fotos de su hijo pequeño, un chico de unos diecisiete años, que estudia en un colegio de Castellón. Es un chico realmente guapo. Tiene ese aspecto sano y fuerte de los chicos de pueblo, un rostro precioso y una deliciosa sonrisa. Casi tiemblo de emoción al contemplar las fotos.
Hablamos sobre libertad sexual. Carmen tiene ideas muy liberales, lo que me parece admirable. Pero no sabe cómo mostrarme sus simpatías y hace algunas insinuaciones veladas sobre tolerancia que casi me incomodan. Recuerdo que, un día, la madre de Raúl, que es su hermana, me dijo que le hubiera gustado tener un hijo homosexual, ya que considera a los hijos homosexuales mucho más cariñosos y sensibles que los otros. Ella, para su desgracia, tenía cuatro hijos heterosexuales y ninguna chica. Así que las dos hermanas piensan igual y me da la sensación de que alguna vez han debido de hablar sobre mí. Finalmente, Carmen nos entrega bocadillos para el viaje y partimos. Son las dos de la tarde.
Fernando parece que se va a quedar con las ganas de ver la nieve (dice que no la ha visto en su vida), ya que, a pesar del frío, no la hay por ningún sitio, ni en las colinas ni en los ribazos. Sólo un poco de escarcha en esos sitios donde nunca llega el sol.
Sobre las 4 de la tarde hacemos una parada en medio del campo para comernos los bocadillos. Un rato antes Raúl y Fernando han discutido sobre el dinero que tenía que poner cada uno para la gasolina. Ahora Fernando se aleja unos metros con su bocadillo y Raúl me dice que está harto de él y que espera perderlo de vista para siempre cuando termine el viaje. Después es Raúl el que se aleja y Fernando me dice lo mismo. Él también está harto. No soporta oír la música a todo volumen y preferiría que fuéramos hablando de tonterías. Yo le digo que debemos tratar de evitar las discusiones y procurar pasarlo bien. En eso está de acuerdo conmigo.
Proseguimos el viaje, ahora con mejor ánimo, después de llenar nuestros estómagos. Fernando se pone al volante. Raúl se duerme en el asiento trasero. Fernando y yo hablamos del “imperialismo yankee”, de la situación en América del Sur y de su dependencia de Estados Unidos. Él siente un rechazo total por los Estados Unidos, pero yo no. Aunque no estoy de acuerdo con su política exterior, admiro muchas cosas de ese país, como su estilo de vida, su literatura o su cine.
Hablamos de Vicentín, de su mujer y de la pareja que estuvo en la casa con nosotros. Todos ellos nos parecían seres primitivos, pero auténticos y felices.
Fernando me cuenta experiencias de su vida en Montevideo, donde fue profesor de autoescuela y taxista. Una vez subió a un tipo en el taxi y, después de llevarle a su destino, no quiso pagarle. Además, le trató con chulería y desdén. Eso fue lo que más le dolió. El tipo se bajó del taxi como si tal cosa, encendió un cigarrillo y comenzó a alejarse. Lo mismo estaba borracho. Quién sabe. Mientras tanto, Fernando lo contemplaba furioso, lleno de rabia y de impotencia. Vio al tipo pararse un momento en medio de la calle, que estaba completamente vacía, y no lo dudó: metió la marcha atrás, embistió contra él y lo derribó sobre el suelo. Oyó que el tipo le insultaba. Pero Fernando ni se inmutó. Volvió a pisar el acelerador, golpeó repetidamente el cuerpo de aquel hombre con el coche y se alejó.
Entramos en la provincia de León y, de pronto, cambia radicalmente el paisaje. Las cumbres de las montañas están nevadas y todo es mucho más verde. Al salir de un largo túnel nos encontramos, a la derecha, con un bonito pueblo, donde todas las casas tienen los tejados de pizarra. Luego viene otro pueblo parecido y a continuación otro más importante llamado Ponferrada. El paisaje es cada vez más impresionante. Cruzamos un río zigzagueante, de frondosa vegetación, varias veces, por un lado y por el otro. Luego empieza a oscurecer y, cuando nos damos cuenta, son las nueve de la noche y ya estamos en Lugo.
Nos instalamos en una pensión que hay cerca de la estación. Nos lavamos un poco y salimos a dar una vuelta. Entramos en el recinto amurallado, deambulamos por la plaza Mayor y callejeamos durante un rato. Luego nos metemos en una especie de bar-restaurante. Tenemos ganas de probar la comida gallega. Pedimos una ración de pulpo. Ellos beben cerveza y yo ribeiro. El vino gallego es suave y los cuencos de loza donde lo sirven pequeños, así que me tomo cuatro vinos sin apenas darme cuenta. Me siento eufórico. Los camareros son muy amables y cuando les pregunto por la marca de vino que estoy bebiendo, me aseguran que ellos tienen la exclusiva y que no podré encontrarlo en ningún otro sitio. Raúl y Fernando se ríen a carcajadas cuando ven al camarero envolverme una botella que no he encargado. Al parecer, me deben de considerar un tipo de alto poder adquisitivo. Creo que ha habido algún malentendido. No obstante, me quedo con la botella. El camarero dice que cuesta 400 pesetas, pero que me la deja por 250. Luego me da a probar de otra botella de vino. Nos vamos de allí después de las doce, cuando se ha marchado todo el mundo y empiezan a cerrar. Pensábamos irnos directamente a la pensión, pero nos metemos en un pub que encontramos por el camino. Yo sigo bebiendo más vino. El primero, tengo la sensación de que está malo, pues me sienta fatal. Así que pido que el siguiente sea de otra botella, a ver si es mejor, y luego otro y otro. No hay mucho ambiente porque los domingos, como ocurre en todas partes, la gente se recoge pronto, pero el lugar es agradable y no se está mal. De pronto vuelvo la cabeza y veo un rostro conocido. ¡No puede ser! ¡Es Javi, un antiguo compañero de trabajo en el hotel Ariel Park de Benidorm! ¡Vaya casualidad! Nos abrazamos de alegría. Nos presenta a su hermana. Les invitamos a tomar algo y se sientan con nosotros. Ella es una chica muy simpática. Tiene exámenes al día siguiente y dice que lamenta no poder acompañarnos para mostrarnos la ciudad. Pero lo hará Javi. Nos despedimos de ellos y nos citamos para el día siguiente. Yo, para celebrar el reencuentro, sigo bebiendo más vino. Hasta que me siento mal. La cabeza me da vueltas. Intento apoyarla en el respaldo del sillón, pero nada. Pido un vaso de agua, pero sigo igual de mal. Le pido a Raúl y a Fernando que nos vayamos. Y entonces siento unos deseos tremendos de vomitar. Nunca he estado tan mal en mi vida. Voy corriendo al servicio, pero no soy capaz de aguantarme y vomito en la misma puerta. Luego sigo vomitando en el lavabo y en el váter. Lo dejo todo hecho un asco. Me he manchado incluso la ropa. Salgo de allí avergonzado. Espero a Raúl y a Fernando en la calle, tiritando de frío. Nunca me había sentido tan mal. Cuando salen, comienzan a reírse de mí. Seguimos andando por el laberinto de callejuelas, yo trastabillando a cada paso, y ellos no paran de reírse. Se empeñan en entrar en otro pub. A mí lo que me apetece es irme a la cama, pero accedo a acompañarles. Sin embargo, esta vez no bebo nada. Me siento en un rincón y casi me quedo dormido. Después es Fernando quien quiere ir a la pensión, pero Raúl insiste en quedarse. Así que regresamos Fernando y yo y lo dejamos a él solo en el pub. A trompicones, con un frío bestial, conseguimos llegar a la pensión. Yo me meto enseguida en la cama y me duermo profundamente. Pero Raúl me despierta una hora después. Se queja de que le han tirado del pub. Raúl nunca se va de ningún sitio. La única forma de conseguir que abandone un local es echándole de allí a la fuerza.
Cuestionario literario: Pedro Menchén
Pedro Menchén nació en Argamasilla de Alba, Ciudad Real, en 1952. Vivió algunos años en Madrid y, desde 1978, reside en Benidorm. Es autor de la Trilogía del amor oscuro, compuesta por las novelas Una playa muy lejana (1999), Te espero en Casablanca (2001) e Y no vuelvas más por aquí (2005). También ha publicado dos libros de relatos: ¿Alguien es capaz de escuchar a un hombre completamente desnudo que entra a medianoche por una ventana de su casa? (1988, Premio Ciudad de Alcalá de Narrativa) y Labios ensangrentados (2002), además de una novela corta: Buen viaje, muchacho (1989, Premio Ciudad de Barbastro), una autobiografía: Escrito en el agua (2011) y un poemario: Cantos de desesperación y amor (2015). Su último libro, publicado por Sapere Aude, es Diario de un escritor frustrado (2016). (Web) (Facebook)
Francisco Rodríguez Criado es escritor y corrector de estilo y trabaja como redactor de contenidos para publicaciones de diversa temática. Su blog Narrativa Breve es uno de los espacios literarios más leídos en lengua castellana. El diario Down, testimonio literario sobre la paternidad y el síndrome de Down, es su último libro. (Web) (Facebook).
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